La ciudad desenamorada




"Los funerales del poeta".  (1917-1918). George Grosz


"Corintios 13:4-7
El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta." (1)

Ya no podíamos contar con él. No pudo soportar tanta humillación, mentira, falsedad, tanto maltrato y abuso de su nombre, tanta lágrima a medianoche y burlas malintencionadas. Por eso un día la ciudad amaneció inundada de grafittis en sus edificios, en el asfalto de sus calles y en las nubes que esa mañana fueron a visitarla, diciendo:

" Estoy harto de ser un incomprendido.
  Me largo. 
  Firmado: El Amor".

Los vecinos salieron a la calle notablemente diferentes, con el corazón pesado, los puños apretados y el paso firme dispuestos a seguir adelante sin él pero no sabiendo cómo hacerlo. Los autobuses y los vagones del metro se vieron apuñalados por miradas desconfiadas y espaldas encorvadas que apretaban carpetas y bolsos contra el regazo hasta clavárselos dolorosamente. 

Nadie consultaba su móvil a sabiendas de que ese día no recibiríamos el habitual mensaje de nuestro amado deseándonos un buen día. Los ojos se secaron milagrosamente, pues ¿para qué llorar si por vez primera éramos conscientes con toda la consciencia de la que el ser humano es capaz de experimentar de que el amor no iba a volver? Su huida nos condenaba a una certeza que nos llenaba de desesperación pues aquello que dicen de que la duda es peor que la verdad en este caso no podía ser menos cierto. Saber que él se había ido conllevaba saber también que habíamos perdido una de las pocas cosas que nos permite convivir civilizadamente y levantarnos cada mañana de la cama: la esperanza.

Los que buscaban el amor se arrancaron los pelos de la cabeza gritando con rabia al saber que nunca encontrarían esa mitad que anhelaban. Los que ya lo habían encontrado se dijeron adios sin mirarse a los ojos porque de repente eran dos desconocidos y se avergonzaban de haber tenido alguna vez algo parecido a la intimidad con esa persona. Los besos se vieron sustituidos por escupitajos, los abrazos por puññetazos, las caricias por patadas, los susurros de amor por voces insultantes y los gemidos de placer por gritos de dolor.

Los servicios de limpieza del Ayuntamiento se pusieron inmediatamente manos a la obra dispuestos a cumplir con escrupulosidad la primera medida de emergencia adoptada por las autoridades, a saber, la de borrar todos los grafittis de despedida a fin de que no fuesen un recuerdo constante del desesperado ánimo de la población. Aquellos pintados en los edificios no supusieron mayor problema al estar acostumbrados a lidiar con ellos en el día. Los del asfalto no opusieron mayor resistencia ante la gruesa capa de betún que se derramó sobre ellos. Pero los de las nubes... ¡ay, los de las nubes!. No había en toda la ciudad escalera suficientemente alta para poder alcanzarlos así que recurrieron a las avionetas de todos los aeródromos tanto públicos como privados a fin de que pilotos experimentados disolviesen las pintadas atravesándolas con sus ingeniosas acrobacias. Pero este esfuerzo resultó inútil y lo único que consiguieron fue confundir aún más a los ciudadanos al descolocar el orden de las letras y de las palabras formando mensajes ininteligibles como: 

" Me harto de ser un largo
 estoy incomprendido
 el amor firmado "

O: 

" De res imprennciddo
harto meun gralo roma
meel farmido"

Algunos rieron con esas risas producto de los nervios al ver estos mensajes absurdos. Otros se arrancaron los ojos incapaces de aguantar tanto caos y tanto insulto al amor que algún día veneraron. Los servicios de limpieza, en un intento desesperado, se coordinaron con los agentes de movilidad y colocaron gigantescos ventiladores en las cimas de las montañas que escoltaban el noroeste de la ciudad por ver si así las nubes desistían de instalarse de su cielo y se desplazaban lejos en el horizonte donde ningún ciudadano pudiera verlas. Pero todo fue en vano y lo único que consiguieron fue que las nubes, cabezotes, negándose a traicionar la confianza que El Amor había depositado en ellas, se anclasen inamovibles por encima de sus cabezas mientas sombreros, polvo, ramas de árboles, papeles, ropa tendida en las cuerdas y bolsas de plásticos salían volando en elegantes remolinos que terminaron por sumir a la ciudad en un incontrolable caos.

Los días fueron pasando y el éxodo del amor ya hacía estragos entre nuestros ciudadanos. Los enamorados se desenamoraron; los padres renegaron de sus hijos y los hijos de sus padres; los curas perdieron la fe y las religiosas la paciencia; los doctores empuñaron bisturíes y los camareros cuchillos de cocina; los poetas se suicidaron y las prostitutas dejaron de pintarse los labios.

Los cuerpos de seguridad no daban abaso a controlar las revueltas de ciertos sectores de la población que reclamaban la negociación del regreso de El Amor ni los asaltos que empezaron a sufrir los comercios, las empresas y las fábricas por parte de aquellas personas que necesitaban hacer algo para luchar contra su propio vacío y su propia desesperanza. Hasta tal punto llegó  el desorden en la comunidad que el Ayuntamiento pidió ayuda al Gobierno Central ante la impotencia que sentía para poder hacerse con el control de la situación. Lo que estaba sucediendo era peor que una guerra civil pues en ésta hay dos bandos: los unos contra los otros, los rojos contra los azules, los de arriba contra los de abajo. Pero en nuestra ciudad había cientos de miles de bandos, tantos como personas habitaban la ciudad ya que cada individuo luchaba solo contra todo aquél que no fuese uno mismo por cualquier motivo: un asiento en uno de los pocos autobuses que aún circulaban, un turno en la cola de una de las escasas panaderías que aún vendía víveres, un cigarrillo pedido a un extraño y negado, un hola no respondido. Incluso había personas que también luchaban contra sí mismas ya que la ausencia del amor había sido cubierta por un odio tal hacia su propio ser que sólo querían autoinflingirse dolor y llegar a la muerte.

 El Gobierno Central, tras consultar a varios comités de expertos, decidió que ante el temor de que El Amor tomase represalias contra el resto del país si decidían ayudar a la ciudad desenamorada y a fin de evitar que la desobediencia civil se extiendese por todo el territorio, la mejor opción era declarar el estado de excepción en la ciudad, levantar un muro que rodease totalmente la misma y situar puestos de control en los puntos estratégicos a fin de evitar que ningún ciudadano saliese de ella. Se denominó a esta decisión como "cuarentena excepcional" si bien todo el mundo sabía que su duración sería indefinida. 

La ciudad desenamorada, como empezó a ser llamada, quedó así aislada del resto del país y del mundo no sólo físicamente sino también telemáticamente. Se destruyeron todas sus comunicaciones a fin de que no dispusiese ni de televisión, ni de internet ni de teléfono y también todos los suministros de agua, luz y gas. Los ciudadanos fueron abandonados a su propio destino, con sus gobernantes huídos (éstos, poseedores de información privilegiada, tuvieron tiempo de vaciar sus cuentas corrientes antes de salir corriendo sin mirar atrás) y con la anarquía violenta campando por sus anchas. La supervivencia convirtió a personas, hasta ese momento pacíficas, en desalmados delincuentes y los mafiosos profesionales salieron de sus escondites para hacer valer su ley en cada esquina.

Sólo cabía esperar que la ciudad desapareciese por sí misma, autodestruida por los mismos que no hacía mucho la habían convertido en un ejemplo de modernidad, éxito económico y crisol de culturas. El resto del país se acostumbró tanto a darle la espalda y a no mencionarla siquiera por costumbre supersticiosa que no pasó mucho tiempo antes de que en los colegios dejasen de estudiarla y el Gobierno Central decidiese borrarla de un plumazo de todos sus mapas. 

La ciudad desenamorada pasó a ser la ciudad innombrable y finalmente la ciudad olvidada. Por este motivo, varios lustros después, el Gobierno Central, movido por la presión ejercida por las Naciones Unidas y por varias ONG´s internacionales ha decidido finalmente aprobar el presupuestos para formar un equipo de investigación, búsqueda y salvamento con el fin de localizar de nuevo las coordenadas de la ciudad y descubrir si aún hoy hay algún superviviente.

(1) Cita aportada por María L. Domínguez. ¡Gracias!


Comentarios

  1. Corintios 13:4-7

    El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

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  2. Preciosa cita que además encaja como un guante en el relato. Con tu permiso la incorporo al mismo ¡Mil gracias por tu aportación María!

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