Sé impecable con tus palabras



Sí, lo sé, mi mantra los últimos días es precisamente éste: "sé impecable en tus palabras". Sin embargo, aunque la teoría me parece sencilla y por más que en mi mente recree una y otra vez cómo me voy a comportar la próxima ocasión en la que mi aprendizaje se ponga a prueba, cuando llega ese momento, no hay manera de ponerlo en práctica. Ése siempre ha sido, es y será mi problema: la impulsividad. Mi lengua es más rápida que mi mente y mis cuerdas vocales se coordinan a una velocidad que despeinan a las neuronas. Pobres neuronas... a ellas les toca después lidiar con los remordimientos y los cargos de conciencia mientras que las espabiladas de las cuerdas vocales bailan samba con la lengua indiferentes a lo que ha sucedido y sin ser conscientes de la que han liado por ser tan rapidillas.
 
Ser impecable en tus palabras es la regla número uno de la filosofía tolteca para vivir con más autenticidad tu vida y disfrutar más de uno mismo. A continuación están  la regla número dos: "no te tomes nada personalmente", la tres: "no hagas suposiciones" y la última, la regla número cuatro: "haz lo máximo posible". Pero en palabras del Dr. Miguel Ruiz, el escritor del libro que recoge estas reglas que él llama acuerdos, la más importante y por donde hay que empezar es por ser impecable en tus palabras. Impecable procede del latín pecatus por lo que ser impecable significa no pecar al hablar, no faltar a la verdad, no insultar a los demás ni por extensión a uno mismo, ser auténtico y sincero, transparente y afable, agradable y amable, inteligente y empático. En fin, ser un auténtico santo de la palabra y, por supuesto, de la acción.
 
Diez días llevo ya rellenando post it de todos los colores, cuanto más fosforitos, flúor y horteras mejor que mejor, de todas las formas imaginables, cuadraditos, corazoncitos, cocodrilitos y margarititas y empapelando hasta los espejos con letras de cuanta tipografía mi mano derecha es capaz de reproducir. En todos ellos se puede leer: "Sé impecable en tus palabras, Divina", "Sé impecable en tus palabras, Divina". No hagan suposiciones (regla número tres, recuerden), no es que me adule a mi misma por una dolorosa ausencia de abuela, ni que me tire flores a falta de amante que susurre mis virtudes, sino que yo me llamo así, Divina, sí, qué se le va a hacer. Mi madre asegura sin tartamudear que sintió el momento exacto en el que el avispado espermatozoide de mi padre se enganchó apasionadamente a su óvulo expectante y desde ese momento supo que yo era un ser especial, diferente, en definitiva, Divina. Y ni corta ni perezosa, a pesar de las enérgicas protestas de mi padre (que llegó, incluso, a ponerse en huelga de brazos caídos los últimos meses de embarazo, negándose a limpiar los cristales de la casa todos los días tal y como mi madre exigía para que las hadas nos viesen desde fuera y los rayos de sol entrasen sin obstáculo alguno), las risas de mis tías y las carcajadas estontóreas de sus locas amigas, se salió con la suya y en mi DNI mecanografiaron Divina. Les parecerá para romperse el pecho de la risa pero a día de hoy no concibo haberme llamado de otra manera, la verdad. 
 
La cuestión es que aquí estoy, fustigándome con mi mantra de divina impecabilidad y cuando por fin tengo la oportunidad de hacer lo máximo posible, de salir airosa de la situación, de lucir mi sabiduría, desplegar palabras honestas y amables, firmes pero comedidas, no tomarme nada personalmente y no hacer suposiciones, me encuentro hecha un basilisco, soltando cuanta imprecación ha almacenado mi cerebro en mis cuarenta años de vida, tan chula que hasta en distintos idiomas me permito el lujo de insultar. ¿Han probado a decir stupid lamecandaos, conne caraespátula, miserable asshole o verpisst dich meapilas? Aparte de enormemente gratificante es de una comicidad trágica comprobar la cara de estupefacción de tu advesario quien sospecha, no sin razón, que precisamente cosas bonitas sobre él no estás diciendo, no. 
 
Muevo enérgicamente mis brazos, alzo la voz (mis cuerdas vocales serían capaces hoy de interpretar hasta La Traviata), mis neuronas no dejan de hacer suposiciones (a destajo están trabajando, no vaya a ser que las acuse de vagas), porque todo esto me afecta personalmente (inflo el ego de mi ombligo hasta que está a punto de explotar), hago lo máximo posible de lo mejor que sé hacer (perder el control hasta crecerme tanto que ni un pivot de baloncesto me superaría mientras tú te encoges hasta el tamaño del enganche de mi pendiente) y peco con mis palabras. Madre mía, cuánto pecado junto, cuánta mancha concentrada en unos escasos minutos... cuánta imperfección. Debería ir pidiendo hora con mi confesor, o mejor pidiendo día, que tengo para rato largo con tanta norma quebrantada.
 
Y total, todo este ruido porque la vieja me empujó para apoderarse del único asiento que quedaba libre en el autobús, el único, y yo embarazada de ocho meses... debo ser invisible, mi enorme y redonda tripa ha debido desaparecer de repente, qué retorcido es el destino. Y encima se hace la indignada y me niega el caderazo que me metió a la cara, que si realmente fui yo la que se lo di y que si bla bla bla. Si es que no aprendo, de verdad. Mira que, tomármelo como algo personal... cómo se me ocurre. Lo que tendría que haber hecho era haber pasado de largo, seguir degustando tranquilamente mi café helado y no habérselo tirado a la cabeza, ¡qué desperdicio!, ¡cuánta flaqueza de carácter por mi parte!. Dr. tolteca, discúlpeme usted. No me puse a pensar en las consecuencias de mis actos, en el fulgor de las estrellas nocturnas y en la maravillosa luz del sol que cada día me da la vida. Soy un espejo humeante en el que nadie puede verse reflejado porque la mala hostia que emana deforma cualquier visión. Perdóneme usted, Dr. tolteca, cuánta imperfección aglutinada en mi, cuánta mediocridad. Pero... me he quedado tan a gusto, ¡de verdad!.
 
 

Comentarios

  1. "Ser impecable en tus palabras", "No tomarse nada personalmente"...
    Es complicado seguir estas normas cuando la gente que te rodea no tiene el mínimo de educación.

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  2. "Perdóneme usted, Dr. tolteca. Pero... me he quedado tan a gusto, ¡de verdad!"
    Totalmente de acuerdo!!! Hay veces que decir cuatro palabras te libera.

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  3. Es ciertamente complicado... pero no por ello hay que dejar de intentarlo! Imagínate sino la cantidad de cafés que volarían todos los días por las calles y autobuses ;-)

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