Piel de Lobo - Lara Moreno



Edición: Lumen. Octubre de 2016 (1ª ed.)
Páginas: 260
ISBN: 978-84-264-0331-5
Precio: 19.90 € (e-book 8.99 €)
Calificación: 9/10


Lo que más me ha gustado: El microcosmos que crea Lara Moreno introduciéndonos en la relación entre dos hermanas de forma paulatina, lenta, envolvente, atrapándonos como esa imagen morbosa que rechazamos pero no podemos dejar de mirar de reojo.

Lo que menos me ha gustado: La autora escribe bien, domina el lenguaje, las metáforas, las elipsis... y lo sabe. Eso hace que a veces me diese la sensación de que se recrease escuchándose a sí misma de tal forma que da vueltas una y otra vez a ideas con enumeraciones, barroquismos y metáforas pero sin profundizar en otros temas de la trama realmente importantes.

"Quién sostiene a los débiles, quién los protege. Delgado y pobre eslabón que se descuelga de la cadena. ¿Tan fuerte empuja la vida, con tanta violencia?" (Pág. 232)

Coge a dos protagonistas femeninas, hermanas para más señas, enciérralas en su antigua casa de veraneo donde hace un año murió su padre y que han ido a vaciar, y déjalas que se desahoguen, expulsen sus secretos y exploten. Ésa es la historia de Piel de Lobo.

Coge a una protagonista femenina, recién abandonada por su marido, con un hijo de cinco años llamado Leo, desempleada, perdida y rota, envuelta en un tornado existencia porque no sabe qué hacer con su vida. Ésa es Sofía, la hermana mayor. 

Coge a otra protagonista femenina, ligera como un ángel que vuela, desenfadada, despreocupada, segura de sí misma pero con crisis recurrentes que, harta de callar, arrastrada por el tornado existencial que vive su hermana, decide contarlo. Ésa es Rita, la hermana menor.

"Dos platos, dos vasos, una jarra de cristal llena de agua de grifo, dos tenedores iguales. En el centro del mantel, su ensalada de arroz integral, zanahoria  y manzana oxidada, con un poco de aceite, sal y sésamo. Sofía ya no tiene cara de derrota, todo esto del simulacro de pícnic la ha animado". (Pág. 17)

La portada del libro no puede haber sido seleccionada con mayor acierto. En mi opinión, es la portada del año. Al entrar en la librería era lo primero que siempre me llamaba la atención: esas dos chicas, unidas por el cabello con una trenza, las manos sobre los ojos pero haciendo trampas, como esos niños a los que dices "no mirar" pero que, tapándose los ojos con las manitas, separan los deditos para poder ver entre ellos. En Piel de Lobo las protagonistas regresan a su infancia, vuelven a ser niñas. Sofía, la que debería haber protegido a su hermana y Rita, la que la primera vez pidió ayuda pero que, en vista del poco éxito de su llamada de socorro, la segunda vez renunció a hacerlo. Ambas se niegan a mirar atrás a su infancia, desean borrar esa etapa de su vida, aquí no ha pasado nada, pero no lo pueden evitar, el pasado está ahí, y la desidia de los adultos, los secretos de familia, la violencia naturalizada como cosas de niños, niños que luego crecen. Así que de vez en cuando, separan los dedos y miran a ese pasado.

Y esos cabellos unidos en una trenza, agarrando la punta ambas con las manos, imposible de separar. Si una intenta irse y la otra no le deja deberá cortarse el pelo o arrancárselo dolorosamente a fin de poder huir. Y así es la relación entre las dos hermanas. A lo largo de la novela se van acercando, vuelven a alejarse, se acercan de nuevo para volver a salir corriendo la una de la otra. Pero nunca podrán ir demasiado lejos, eso sería tan doloroso como arrancar la trenza. Tienen que destrenzar el cabello, poco a poco, si quieren sanar su relación, condenadas a entenderse.

Desde la primera página, por el propio estilo de la autora, intuyes que hay algo turbio, algo que realmente apesta en la historia de esas dos hermanas. Esa imagen del jardín de la casa abandonada, con un viejo caballito de plástico blanco y azul, nos avanza el panorama decadente en el que se va a desenvolver toda la novela. Decadencia y tensión que alcanzan sus puntos álgidos en esa demoledora escena de los muñecas desmembradas convertidas en monstruos con pies que salen de aquí y brazos que salen de allá o en el episodio de Leo en Portugal. Lara nos oculta algo a lo largo de prácticamente toda la novela, como en las obras de misterio en las que no sabes quién es el asesino hasta la última página. Va dejando una fila de hormigas para que busquemos con ellas por la casa restos de comida y llevarla a su hogar, pero a donde te conducen es tan terrible que acabamos también por desear taparnos los ojos con las manos... aunque luego hagamos trampas y miremos.

Lara Moreno va alternando la narración del día a día, casi minuto a minuto, de la vida de Sofía (quien en un acto desesperado, tras ser abandonada por su marido Julio, huye con su hijo a la casa de su padre) con los recuerdos en primera persona de la propia Sofía de su infancia en la casa de sus abuelos, donde toda la familía, tíos y primos incluídos, pasaban los veranos. La acción, como la propia autora ha señalado en alguna entrevista, aunque no se diga expresamente en la novela, transcurre a caballo entre Huelva e Isla Cristina.

La autora marca los ritmos a través de una narración trepidante donde apenas hay diálogos al uso (de esos con guiones y saltos de línea) sino frases cortas, puntos y comas, todo de seguido, pero con un gran dominio de la trama para que el lector no se pierda. Así mismo, lo que más abunda en el relato son las frases largas, larguísimas, con enumeraciones interminables de adjetivos que exploran hasta el agotamiento sentimientos y sensaciones, lo cual es un arma de doble filo: por un lado dota a Lara de una voz y un estilo propios e identificables pero por otro corre el riesgo de pasar de puntillas por otras cuestiones de especial trascendencia.
"Esta es una situación habitual, a todos los niños les pasa. Pero Sofía se empeña, tozuda, agresiva. Algo entre ella y Leo no funciona (...) está segura de que si ella consiguiera sentirse mejor todo saldría bien. Leo no está raro porque todo esté raro, sino porque ella está rara. Es una especie de combate; consigo misma, con Leo, con las telarañas que le recubren los ojos, a veces la boca". (Pág. 55)

Pero Piel de Lobo es, además de la historia de dos hermanas, una historia sobre la maternidad, o, concretamente, cómo lidiar con los compromisos, los miedos y las obligaciones de este rol y a la vez cargar con la mochila propia. Sofía está rota tras el fracaso de su matrimonio y necesita reconstruir su historia con Leo sin la presencia de su marido. Lo cotidiano lo tiene ya tan impregnado en su rutina que su obsesión por cocinar comida sana, surtir la nevera de productos ecológicos, ordenar las legumbres en sus tarros específicos y meter en el bolso trocitos de fruta para que su hijo meriende no le cuesta ningún trabajo. Sin embargo, toma conciencia de que no juega con él, de que le esquiva para poder ella dedicarse a leer, de que al no estar el padre para mediar entre ellos ella tiene que ocupar todo el espacio y el tiempo de su hijo pero, ¿cómo hacerlo cuando lloras a cada momento?

Transcurridos los años Sofía se siente culpable por no haber sabido proteger en su momento a Rita, arrogándose una responsabilidad que aunque realmente correspondía a los adultos ella sigue atribuyéndose por su rol de hermana mayor. Y ahora hacia Leo, de quien sí es realmente responsable, siente tanto miedo de no estar a la altura, de no ser capaz de controlar absolutamente todo, que se vuelve torpe en la expresión de sus emociones, cabezota en su decisión de que el niño no coma patatas fritas, ambivalente ante su maternidad, hasta ese momento, moderna y perfecta, y ahora, una continua lucha donde nada fluye.

"Mi niño está solo jugando en un patio asolado desde que sale el sol. Yo leo algunos libros y leo poco porque mi mente está alta y desdibvujada allá en el cielo alto y desdibujado del verano. Mi hijo me pregunta quieres jugar conmigo y le digo siempre espérate un momento, espérate que estoy haciendo cosas, espérate una infancia porque ahora no puedo, ahora. Yo quisiera poder pero no puedo" (Pág. 157)

Sofía es una de esas personas que al hacer la maleta siempre mete un libro y el libro que pasea de arriba a abajo, de la ciudad al pueblo, del pueblo a la ciudad es Confesiones de la rusa Marina Tsvietáieva centrándose en la historia de sus dos hijas, cómo a una la quiso tanto y a la otra la dejó morir de hambre, lo amorosa y dedicada que fue con una y lo cruel que fue con la otra. Sofía se siente a salvo, cree que en su familia no hubo tal dualidad, que ella nunca haría lo que hizo Marina porque no va a haber un segundo hijo cuyo alimento garantizar. La historia parece lejana para ella pero mientras observa a Alia, la hija de Marina abandonada, se pregunta precisamente quién sostiene a los débiles, quién los protege.

"(...) cuando venga el lobo nadie saldrá reconocerlo, piel de cordero, grito, plato en el suelo" (Pág. 244). "¿no iba el lobo vestido con su flamante piel de lobo, hosca y dura piel de lobo, jamás lobo disfrado de cordero?" (Pág. 258)

Lara Moreno, a fin de centrarse en este microcosmos fraterno, ha despojado a las dos hermanas y al niño de cualquier ruido externo. Como la propia autora declaró en su entrevista a Página Dos, despojó a sus protagonistas de todo los grises: padres, trabajo, escuela, rutina urbana, amigos y compañeros, y aún así, los personajes, paradójicamente siguen siendo grises porque no se han despojado de lo que realmente les da ese tono: sus demonios internos. La madre ha conseguido rehacer su vida, se ha ido a Canarias con su nueva pareja y mantiene una relación con las hijas de inferioridad disfrazada de ese halo de superioridad que da la maternidad pero que ella no ha sabido mantener en la vida real.

"En sus palabras, en su nueva manera de andar, hay una despreocupación quizá fingida, una conciencia de dicha que sus hijas no acaban de tolerar". (Pág. 115)

Al dolor de la separación se une, en el caso de Sofía, la falta de arraigo, de referencias, de ejemplos de cómo afrontar una maternidad exitosa, cómo hacer de buena madre.

"Sofía busca un lugar donde agarrarse, pero no lo encuentra". (Pág. 121)

Las dos hermanas, siguiendo con la tónica de la familia que afronta los problemas como si no existieran, aquí no ha pasado nada, lavando una sábana blanca en agua alquitrán (pág. 200) intentan mantener una relación afectuosa con su madre, su único referente con la infancia pues el resto o está muerto (el padre) o no mantienen relación alguna con ellos. Pero el odio y el rencor acaba reapareciendo como las malas hierbas que acaban invadiendo el jardín que con tanto mimo Sofía ha intentado recuperar. La relación entre los miembros de la familia, igual que la narración de la propia novela, es un terreno minado. Vas avanzando por sus frases, con ese ambiente agobiante y claustrofóbico a pesar de desarrollarse en un idílico pueblo playero que acentúa aún más el contraste, sabiendo que en cada cambio de página, en cada salto de capítulo hay una bomba que puede explotar.

" No habrás venido a dar lecciones de cómo conservar un matrimonio, ¿verdad, mamá? (...) ni tampoco vendrás a dar lecciones de cómo cuidar a un hijo, claro" (Pág. 119)


Lara en esta novela denuncia el silencio de los cómplices, la inteligencia reafirmada de los verdugos, el desamparo de las víctimas, quienes en su soledad e incomprensión intentan salir adelante como pueden, observando con terror al principio y resignación después el agujero en el que están viéndose expulsados, su eclipse (del griego Ekleipsis que quiere decir abandono, desamparo, alejamiento). Y Lara, en el dominio de las metáforas que tan bien maneja crea una imagen brutal al colocar a todos los protagonistas en una idílica imagen en la orilla de la playa, alejados del resto del pueblo, observando el eclipse que se produce una mañana. Un eclipse que les une a todos pues al fin y al cabo todos se sienten así, abandonados, desamparados, alejados de la realidad y del resto.

"Con qué lisura convierte el verdugo a la víctima en cómplice" (Págs. 198 y 255)
Si bien he reprochado a la autora ese profundizar en temas intranscendentes, hay un párrafo que me parece magistral, en el que aprovecha esa exhaustividad llena de enumeraciones para describir la risa de Leo. Desde que lo he leído me resulta imposible ver reír a mi hijo sin acordarme de él:

" (...) saldrá de él esa risa, la risa única, la risa para siempre, la risa de los niños, sol entero carcajada, agua curativa, fiesta, estrellas, pájaros, nueces chocando aire nuevo, aire nunca respirado, la única verdad, la regeneración del mundo, puierta batiente del placer, risa carcajada histeria boca estirada de un niño, ojos cerrados en mueca falsa de dolor, toda una cara perfecta, lisa, sin matices del malestar, sin huella de carcoma, toda una cara expuesta a la risa, al estertor benigno de la felicidad, abdomen contraído caja de pandora, un prado infirnito sobrevolado a ras..." (Pág. 202).

No me digáis que este párrafo no es hermoso. En conclusión, se trata de una novela que remueve sentimientos en la que Lara da al lector la posibilidad de entrar en su mundo de la misma forma que Rita espera paciente a que Sofía decida entrar en el suyo. Una novela con una carga fuerte poética, potente es sus imágenes, en su lenguajes, sin tabúes escatológicos, dura pero a la vez emotiva sin caer en el sentimentalismo fácil tan recurrente e inevitable para otros autores. Lara hace malabarismos, juegos de palabras, lanza los bolos al aire una y otra vez cogiéndolos al vuelo y componiendo una melodía con el aullido del lobo de fondo desde la primera hasta la última página. De lo mejorcito que he leído en este año y que me acompañará en el 2017 en la lectura de sus obras anteriores. Merece la pena, de verdad.
"(...) y yo le digo por qué no me has llamado, y ella me responde, dejé la puerta abierta, sólo tenías que entrar". (Pág. 260)


Un apunte sobre la autora. Lara Moreno

 


Lara Moreno nace en Sevilla en 1978 pero pasó su infancia y juventud en Huelva, donde transcurre la historia de Piel de Lobo. Comenzó publicado dos libros de relatos: Casi todas las tijeras (Quórum, 2004) y Cuatro veces fuego (Tropo, 2008) y sus cuentos se han incluído en varias antologías, como Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010) y Antología del microrrelato español. El cuarto género narrativo (Cátedra, 2012). 

Su primera novela fue Por si se va la luz publicada por la editorial Lumen en 2013, por el que fue nombrada Nuevo Talento Fnac de Literatura y que ha sido considerada por la crítica como un exponente destacado de la corriente neorruralista (género en el que están encuadrados autores como Miguel Delibes, Camilo José Cela, Benet o Julio Llamazares) de la literatura española del siglo XXI (junto con Jesús Carrasco, Moisés Pascal o Alberto Olmos). Su segunda novela ha sido la que aquí estamos comentando, Piel de lobo.

Lara también ha hecho incursión en la poesía, cuya influjo en su obra narrativa es evidente. Sus principales poemarios son La herida costumbre (Puerta del Mar, 2008) y Después de la apnea (Ediciones del 4 de Agosto, 2013).

Actualmente vive en Madrid donde imparte talleres de escritura en la Escuela de Escritores. Durante 2017 trabajará como editora de Caballo de Troya.


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