Léxico familiar - Natalia Ginzburg




Título original: Lessico famigliare
Edición: Lumen (febrero 2016)
Traducción: Mercedes Corral
Páginas: 266
ISBN: 978-84-264-0295-0
Precio: 19,90 €
Calificación: 10/10

Lo que más me ha gustado: lo identificada que me he sentido con Natalia, con su fragilidad confesa, con su familia, con ese léxico familiar que me ha hecho reencontrarme con mi propio léxico familiar. Me gustan los libros que me llevan a conocerme mejor, a plantearme preguntas. En este caso me he preguntado: "¿cuál es el mío?"

Lo que menos me ha gustado: ¿Tengo que decir una? Allá va: buscaba en este libro encontrar respuestas a la vida más sentimental de la Ginzburg. ¿Qué fue lo que le enamoró de su marido? ¿Cómo vivió su maternidad? ¿Cómo aprendió a convivir con el dolor, la decepción, la muerte? Ninguna de estas preguntas son contestadas de forma directa. No puedo culparla. Ella misma adelanta en su prólogo que “Ésta no es mi historia, sino (incluso con vacíos y lagunas) la de mi familia”.
    «Somos cinco hermanos. Vivimos en distintas ciudades y algunos en el extranjero, pero no solemos escribirnos. Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos los unos de los otros, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia, nos basta con decir: «No hemos venido a Bérgamo a hacer campamento» o «¿A qué apesta el ácido sulfhídrico?», para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud, unidas indisolublemente a  aquellas frases, a aquellas palabras». (Pág. 37)
Normalmente, cuando quieres explicar de qué va un libro, comienzas por el principio: "Érase una vez una mujer nacida en el seno de una familia judía... bla, bla, bla". Sin embargo, con Léxico familiar hay que empezar por el final: «¡La de veces que he oído contar esa historia!» Esta frase que pronuncia el padre de Natalia Ginzburg, y con la que acaba el libro, resume su esencia pues la historia de Natalia podría ser nuestra historia con ese padre gruñón, esa madre siempre activa y esas palabras que vuelan por la casa de un lado a otro y que, a veces de forma inconsciente, se quedan grabadas formando nuestra identidad, nuestra memoria, nuestra historia, uniendo todo como el pegamento.

Y es que de esto trata Léxico familiar, escrita en 1963, y que contituye una de las mejores novelas de Natalia Ginzburg, y también una de las más conocidas, de corte autobiográfico, que no histórico, como la propia autora aclara en el prólogo. Natalia Ginzburg en su día fue relegada a un segundo plano precisamente por lo mismo que la ha convertido en una de las escritoras italianas más importantes del S.XX: su relato de los microcosmos familiares. Natalia no cuenta grandes historias con enrevesados giros, espectaculares momentos o dramáticos desenlaces, no porque no los viviese, sino porque ella prefería observar la realidad con la lupa que aumenta los pequeños momentos del día a día, las cotidianidades tan necesarias como imprescindibles para entender un país o una vida. La Ginzburg nos abre la puerta de su casa haciéndonos sentir a veces incómodos ante tanta intimidad, como si a escondidas estuviésemos levantando el visillo de su ventana para observar a su familia o como si sigilosamente estuviésemos pegando la oreja al tabique de nuestro salón para escucharles gritar, discutir, reír y hablar, hablar y hablar.

Pero Léxico familiar también es el testimonio imprescindible de un país: Italia; de una época: la llegada del fascismo de Mussolini y el estallido de la Segunda Guerra Mundial; y de un sector de la población: los judíos y los antifascistas. Natalia, nacida en el seno de una familia judía (su apellido de nacimiento, Levi, ya nos da una pista clara) de fuertes convicciones antifascistas, es la menor de cinco hermanos -en otra ocasión publicaré un post con su biografía, para los más curiosos-. Por su hogar, ya desde pequeña, ve entrar y salir continuamente a futuros políticos, activistas e ideólogos socialistas, comunistas y antifascistas; a algunos los refugiaron en su propia casa; muchos murieron o se exiliaron durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, el libro, en la cuidada edición de Lumen, incluye una addenda de notas de la traductora con aclaraciones sobre la identidad de los personajes que van apareciendo.
«Paola no estudiaba, pero a mi padre no le preocupaba, pues era una chica. Él tenía la idea de que no pasaba nada porque las chicas no tuvieran ganas de estudiar, pues después se casaban.» (Pág. 84).

Giuseppe Levi
Natalia nos habla con un tono de ironía y de nostalgia de ese padre políticamente progresista pero socialmente conservador que preveía para sus hijas un único futuro, a saber, casarse y ser mantenidas económicamente. Sin embargo, Natalia consiguió lo que en esa época pocas mujeres lograban: contar con sus propios recursos gracias a su escritura. Giuseppe, conocido en el entorno familiar como Beppino, tenía un carácter despótico y temperamental con unos arrebatos que explotaban de repente por los motivos más nimios, convirtiendo la convivencia de esa casa en una “pesadilla” en palabras de la propia Natalia. Beppino les llamaba “palurdos”, “cataplasmas”, tronaba como Neptuno con su tridente: «¡No hagáis groserías!», «¡No hagáis mejunjes!», dando miedo a todo el mundo. Sin embargo, Natalia no nos transmite ese ambiente de terror en su relato sino que lo asume como una cualidad más de su padre que se equilibraba con otras muchas virtudes.
    «Mi madre no había elegido ninguno de esos dos mundos (el científico al que pertenecía su marido y el cultural que adoraban sus hijos), pero vivía un poco en uno y un poco en el otro, y en ambos estaba con alegría, porque su curiosidad nunca rechazaba nada, se nutría de todo tipo de bebida o de alimento.» (Pág. 74)
Con un tono más dulce y tierno recuerda a su madre, esa mujer que discutía con todo el mundo pero que luego hacía como que no pasaba nada. Lidia era una mujer con muy poco contacto con sus emociones que, a diferencia de Beppino, que manifestaba su cariño a través de una exigencia y una dureza constantes, ella lo hacía a través de su ingenuidad: “Mi madre era muy inconstante e inestable en sus simpatías y relaciones: o veía todos los días a alguien o no quería verlo nunca”. Era una apasionada de las historias: recitaba, cantaba, componía poesías de un toque casi infantil pero culto y relataba anécdotas de todos sus conocidos. Lidia conserva la ingenuidad infantil, la visión curiosa del niño, que le hace parecer a veces poco inteligente pero muy práctica: “la tristeza se le pasaba pronto. Por la mañana se levantaba cantando e iba a encargar la compra” (Pág. 95). Preocuparse no entra en sus planes, no sabe sobrellevarlo, y por eso está constantemente haciendo cosas, aprendiendo, haciendo y deshaciendo, con esa hiperactividad tan propia de algunas madres.

Natalia, frente a toda esa familia gritona, comprometida, sociable, se muestra como una niña retraída centrada en sus libros (aunque era una pésima estudiante), en sus poesías y en sus novelas. Su madre siempre la mantuvo al margen de los conflictos familiares “Mi madre a mí no me contaba nada, porque me consideraba pequeña, y además decía que yo «le daba poco cordel»” (Pág. 105) con una actitud protectora incluso cuando Natalia ya estaba casada y tenía hijos. La distancia que todos en la familia mantenían respecto a ella por ser la más pequeña y la más reservada la aprovechó Natalia para convertirse en una meticulosa observadora, aguda y afilada, de cuanto sucedía a su alrededor. Tenía dos opciones: pasar de todo o analizarlo todo a fin de encontrar sus propias respuestas. Afortunadamente optó por esta segunda opción que, años después, la catapultaría al éxito como escritora.

Uno de los pasajes que yo, personalmente, más esperaba con avidez era el momento en el que conoce a su primer marido, el judío antifascista Leone Ginzburg. ¿Cómo lo relataría? ¿Daría detalles como que fue lo que le enamoró de él? Sin duda si esperaba encontrar algún detalle morboso o sentimental me equivocaba de todas a todas, pues la Ginzburg, con un minimalismo innato, hace entrar al que fue su primer gran amor casi de puntillas.
    «Un día mi padre lo vio (a Mario, uno de los hermanos de Natalia) en la avenida Re Umberto con uno al que conocía de vista, un tal Ginzburg. «¿Qué es lo que hará Mario con ese Ginzburg?», preguntaba a mi madre.» (Pág.115).
Leone Ginzburg
Natalia no entra en detalles sobre cómo empezaron a hablar, se enamoraron o formalizaron su relación. Se limita a contarnos cómo su hermano Mario huye a Suiza evitando ser detenido por meter de contrabando propaganda antifascista y cómo en una posterior redada son detenidos su padre, sus hermanos Gino y Alberto y el propio Leone Ginzburg. Es especialmente emotiva esa imagen que la Ginzburg, a pesar de su frialdad en el relato y su tono cuasiperiodístico, nos crea al hacernos imaginar a su madre paseo arriba por la calle Re Umberto con los hatillos de comida y ropa en dirección a la cárcel y paseo abajo por la misma Re Umberto de regreso a casa con los hatillos vacíos de comida y ropa y el corazón lleno de incertidumbre y dolor.
    “«Ginzburg es un hombre –dijo mi madre- cultísimo y muy inteligente, y hace unas bellísimas traducciones del ruso.» «Pero es muy feo –dijo mi padre-. Ya se sabe, los judíos son todos feos.» «¿Y tú? –le preguntó mi madre-. ¿Tú no eres judío?» «De hecho yo también soy feo», respondió mi padre.” (Pág. 115)
¿Acaso nos oculta Natalia la gran admiración que siente por Leone? No. Natalia, muy sutilmente, con esa discreción propia de su carácter, nos expresa el amor que siente por ese hombre. ¿Cómo? Haciendo uso de los puntos suspensivos, signo que apenas usa y que por ello nos llama la atención.

    «Leone... Su capacidad de escuchar era inmensa. Sabía escuchar a los demás con gran atención, incluso cuando estaba profundamente ensimismado pensando en sí mismo». (Pag. 153)
     «Leone... Su verdadera pasión era la política. Sin embargo, además de esta vocación, fundamental para él, tenía otras pasiones: la poesía, la filología y la historia». (Pág. 155)
Natalia y Leone.
Esos tres pequeños puntos contienen tantas cosas… Es un silencio parlanchín, hablador y evocador. Tres puntos que contienen amor y nostalgia; cariño y admiración; tristeza por no tenerle ya a su lado y alegría por haberle conocido. Nunca nadie había usado los puntos suspensivos con tanta magia. Leone introduce a Natalia en el fiel círculo que la acompañaría toda su vida, incluso tras su muerte: Pavese, Giulio Einaudi, Bobbio… Al salir de la cárcel contraen matrimonio, así de repente, pues en el relato no nos da más detalles. Y otra vez, como un jarro de agua fría en una noche helada:
«Leone había muerto un gélido febrero en el sector alemán de la cárcel de Regina Coeli, en Roma, durante la ocupación alemana». (Pág. 188)
Con la misma pulcritud, casi aspereza, con la Natalia nos anuncia la existencia de Leone, nos comunica su asesinato. Ni una lágrima en forma de palabra, aséptico como un telegrama. Las emociones que sintió por esa muerte no se atreve a enfrentarlas en el relato de forma directa sino que lo hace indirectamente a través de sus amigos, de la admiración que todos mostraban hacia él, de los retratos que colgaban de Leone en las paredes de sus despachos, o del mutismo que mantenían porque mencionar su nombre era desgarrador. Natalia nos habla a través del dolor de los demás e intenta, sin éxito, retener el suyo propio. 

Pero, ¿cómo consigue Natalia convertir su léxico familiar en algo reconocible por nosotros, los lectores? Primero nos cuenta algo característico de alguien, por ejemplo, que su padre “temía que nosotros «comiéramos de gorra» en casa de otros”; no le basta con contárnoslo sino que después pone al personaje hablando sobre ese temor: “«¡Has comido de gorra en casa de Frances! ¡No me gusta!»” y a continuación nos repite una y otra vez esa característica: “mi padre protestaba: «¡Antipático! ¡Pero bien que has comido de gorra!».” (Pág. 88) De esa manera, cuando páginas después volvemos a ver a su padre aleccionando de nuevo “«¡No debéis comer de gorrano podemos evitar sonreírnos porque ya formamos parte de esa familia, ya Natalia nos ha hecho miembros de ella.



Entrada creada en el marco de la iniciativa de Adopta una Autora, proyecto que tiene como objetivo, tal y como indica su nombre, adoptar una autora (que conozcas, quieras conocer y, sobre todo, desees dar a conocer) independientemente de su raza, religión, orientación sexual, época o temática. Un proyecto sumamente interesante sobre el que podéis obtener más información en su blog https://adoptaunaautorablog.wordpress.com. ¿Se animan?


Comentarios

  1. Hola!! Me ha encantado tu reseña... Me ha hecho interesarme por el libro y sobre todo, entender por qué la disfrutaste tanto.

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    1. Cómo me alegro de que te haya gustado, Emma. Ojalá la leas y la disfrutes tanto como yo ;-) Lo bueno que tiene es que se lee muy rápido tanto por su estilo narrativo como por narración ágil. ¡Ya me contarás! :**

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  2. Bonita reseña, Raquel. Es como si hubieras captado el alma de la novela. A ver cuando puedo leerla. Saludos!

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    1. Muchísimas gracias Pilar. No sé quién capto el alma a quién: si yo el de la novela o el de la novela el mío. Gracias por leer la reseña a pesar de ser un poco extensa. Aún tengo que aprende de Ginzburg cómo decir mucho con pocas frases ;D Un abrazote

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  3. Menudo análisis más maravilloso Raquel!!!
    Creo que, por el tema, este libro me va a gustar mucho, ese reflejo tan característico de la familia italiana, me encanta (tengo especial predilección por todo lo referente a Italia), espero encontrar la edición en su idioma, para sumergirme mucho más en el ambiente :)
    Como siempre un gustazo leer tus impresiones!!!
    Un besote!!
    PD: estaré atenta a la próxima que nos traigas ^^

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    1. ¡Qué alegría me transmiten tus palabras! Te agradezco de corazón que hayas dedicado tu tiempo a leerme (reconozco que mis reseñas no son precisamente cortas ni concisas así que doble mérito el tuyo ;D). Si te apasiona lo relacionado con Italia este libro te va a encantar. Ayuda a comprender de primer mano lo que ocurrió en ese país en el segundo cuarto de siglo y además la familia de Natalia responde muy bien a prototipo de familia italiana que nos viene a la mente cuando pensamos en ella. Ya me irás contando.
      Un abrazo

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  4. Me encanta como escribes, de verdad, tus entradas transmiten un montón. Sigue así.

    Hablando del libro, la verdad es que una me he atrevido a leer una (auto)biografía hasta el año pasado en que leí El diario de Ana Frank (y no me gustó demasiado). Aún con todo lo bien que has hablado de este libro, y llamándome la atención sobre todo el hecho de que te haga sentir como parte de la familia al repetir expresiones o ser tan cercano, no me atrevo a dar el paso de ponerlo en los libros pendientes... Sé que hay que darle otra oportunidad a los libros cuando uno te decepciona. Sé que no tiene nada que ver un libro con otro solo porque ambos sean autobiografías... Pero me sentí tan decepcionada con mi primera incursión en el género (también una familia judía, por cierto, la de Ana Frank), que me cuesta volver a lanzarme.

    Aún así, gracias por la reseña, seguiré leyendo todas tus entradas sobre la autora porque escribes con tanta pasión que es genial leerte.

    Besos.

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    1. ¡Oh! ¡Pero qué solete eres! Si tienes tan mala experiencia con las autobiografías es normal entonces que te imponga respeto el tema. No obstante, esta novela es más la historia de su familia que la suya propia, y la forma de narrarla es tan dinámica y original que hasta te olvidas a veces de que te está contando cosas durísimas. Si algún día te apetece volver a acercarte a las autobiografías creo que este libro es un buen comienzo. No obstante, Natalia tiene otros libros igualmente deliciosos así que ¿quién sabe? Quizás otros te convenzan más *_*

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    2. ¡Se me olvidaba! ¡Un abrazote! y mil gracias por leerme

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