Cena en familia. Lidia (1/3)





I.Lidia


En Navidades le dije: me voy. No aguanto más. Claro, él no se lo tomó demasiado bien, vaya carácter que ha tenido Aurelio toda la vida, qué os voy a contar que no sepáis ya… pero nunca pensé que llegaría a este punto. Sí, vale, Ángela, algo raro siempre ha sido pero no me puedo quejar… a la tía Carmen mi hermano le zurraba con el cinturón de lo lindo. Niñas, comeos el pollo que aún está caliente. Ya, os echáis las manos a la cabeza. Está muy bien eso de que las mujeres hoy en día os liberéis, ya iba siendo hora, pero en mi época, ay, en mi época, eso ni te lo planteabas. A tu padre, chitón. Y cuando salías de tu casa a la del marido, chitón, chitón. Sólo con vosotras pude desahogarme un poco… Pobres… con razón os largasteis de aquí en cuanto pudisteis pero para lo que os sirvió… Bueno, a lo que iba. Que Aurelio no llegó nunca a sacar el cinto. Como mucho alguna mano a pasear, nada que no fuera normal en mi época. Pero esas Navidades, viendo que volveríamos a pasarlas solos, sin vosotras, me harté y le dije: ¡me voy! Desde ese día hace como que no me oye ¿os habéis dado cuenta? Sigue enfadado. Dice que no le hablo y cuando lo hago me ignora. Vaya orgullo ha tenido vuestro padre toda la vida. Tampoco es que nos hiciera mucho caso antes pero al menos contestaba los buenos días. Ahora hablo y hablo y ni mu. Llega, planta el pollo y se pone a hablar y a hablar. Que si somos unas desagradecidas, que si qué manía con querer marcharnos, que si hoy ha ganado a la brisca…

No, no quiero pollo. No tengo hambre. Y mira que es raro porque hace tiempo que no como nada consistente. Debe ser el olor éste que me revuelve las tripas. Pero Emilia, hija, qué le voy a hacer, y tú no me digas que tengo que comer cuando tú tampoco pruebas bocado. ¿Qué es, por la manía esa que os ha entrado a todas de estar delgadas? Parecéis unas garzas, con menos carne que un gorrión. Ay, cómo se nota que vivís en otros tiempos. En mi época como no comieses, te desmayabas exhausta por las labores. Lo que hubiese dado entonces por un pollo como este… En mi época…

¡Niña, no te quejes! Te cuento lo que he vivido. Y ya está bien de reprocharme que si no fui una madre cariñosa, que si no os subí la autostima esa..., vale, autoestima, vaya palabras que usáis hoy, hija. Tantos libros no son buenos para vuestra cabeza, en eso Aurelio tenía razón. ¡Tanto leer, tanto leer! Recuerdo el día que vuestro padre se enfadó con vosotras y no se le ocurrió otra que sacar los libros a la calle y hacer una hoguera en plena plaza Duro, al lado del ginkgo, para que todo el mundo lo viera y lo oliera. Come el pollo y calla, Rosalía. Qué escándalo, qué vergüenza pasé. Nos vieron los Chato, que aún vivían aquí al lado, y Teresa, la de enfrente, sí, sí, solterona, si yo hablase… ¡vaya pájara!, y el Notario con toda su familia, que vaya aires se daban, y todos los vecinos que había en nuestra calle entonces, antes de que se largasen, y toda la ciudad... ¡Qué vergüenza! Y encima vosotras os pusisteis a gritar. Lo peor que pudisteis hacer, mira que os lo tengo dicho: chitón, chitón. Pero vosotras erre que erre. Para lo que os sirvió…

Mira, Rosalía, no me vengas otra vez con esa historia. Comeos el pollo, venga. Yo os defendí lo que pude pero sabía hasta dónde podía llegar y cuando Aurelio dice una cosa no se le puede llevar la contraria. Sí, sí os defendí y como me saques otra vez el tema del tío, Rosalía, entonces la tenemos. El tío era un hombre muy honrado. ¡Y muy listo! Vaya olfato tenía. Nadie en la zona entendía como él de setas. Llegaban las lluvias y sin apenas patearse el terreno ¡zasca! La mejor seta de todo el monte, para él. Era todo un espectáculo. Todo el mundo pasaba a vernos con cualquier excusa para comprobar el botín de vuestro tío. Los mejores boletus, los más jugosos, los más sabrosos y olorosos se comían siempre en nuestra casa. Otros se tiraban días, arriba y abajo, desde que salía el sol hasta que se ponía, y nada. Y vuestro tío… tenía un don especial para eso. Distinguía perfectamente entre cuáles eran buenas y cuáles no. Ni un solo caso de seta envenenada se dio en nuestra familia, no como en otras… Era un portento. Luego le preguntabas que cómo lo hacía y él no te sabía explicar. Simplemente lo sabía y punto. Qué listo era… Sí, vale, Rosalía, arreaba un poco pero era la única forma de meter en vereda a la tía Carmen..

Y que no, que no me creo esa historia del granero. Que siempre has tenido mucha imaginación, Rosalía, hija, tanto libro… A ti lo que te pasó es que eras una fresca, te fuiste con el primero que te dijo cuatro cosas y tú, boba, le creíste. Y claro, luego a echarle la culpa al tío, que sería lo que tú quieras pero era muy honrado, ¡y muy decente! ¡Y no olvides que era mi hermano! Tú llevaste a la tía a la tumba con esa historia. Y al tío también. Menos mal que a la cría pudimos darla que sino no sé qué habríamos hecho. ¿Qué querías? ¿Qué nos la quedásemos? Claro, qué bonito, y luego tú irte a la capital a vivir tu vida y yo, a hacer de niñera, otra vez, como si no tuviese bastante con lo mío. ¡Qué ibas a poder sacarlo adelante si no sirves ni para llevar los gatos a mear! Venga, deja de llorar y come el pollo que ya no estará bueno. Que no, que no huele mal. ¿Cómo va a apestar si acaba de traerlo vuestro padre? Somos nosotras las que apestamos… Venga, vale… Cada vez que me acuerdo de vuestra pobre tía Carmen… A ésa habéis salido. Hacía lo que le daba la gana, y vosotras igual… Total, para lo que os sirvió…

Aunque en el fondo os admiraba. Toda la vida viviendo con miedo. Ahora me doy cuenta. Demasiado tarde, lo sé. Ni he aprendido ni aprenderé ya… a estas alturas… Tenía que haberte hecho caso, Rosalía, tú que siempre has sido la más despierta para esas cosas. Tenía que haberme ido sin decir nada. Pero no. Me sentía culpable largándome así, a la francesa, sin un «adiós, Aurelio», después de toda una vida juntos. ¡Por Dios! ¿Cómo iba a imaginarme que nos haría algo así? ¿Que os llamaría diciéndoos que había muerto para haceros venir y encerrarnos aquí a todas? Sí, no me lo recuerdes. Aquí estamos. Muertas del asco. Pudriéndonos en este comedor. Sin que ni siquiera nos vayan a dar una sepultura decente. Encadenadas a estas sillas. Haciendo como que comemos este maldito pollo. Un día tras otro. ¡Con lo que me gustaba comerlo cuando érais pequeñas y lo cenábamos los domingos! Venga, ¡comeóslo de una vez!, no me hagáis repetirlo. Decís que vosotras pudisteis volar un tiempo; sentiros libres en esa capital. ¿Pero no es eso peor que lo mío? Al menos yo no echo de menos nada porque no lo tuve. Pero vosotras sí. Vivisteis mucho pero no aprendisteis nada. Tanto mundo que habéis visto, ¿para qué? ¿Para acabar aquí muertas como yo? Siempre tan rebeldes y protestonas… pero mira por dónde no somos tan diferentes. Ahora que la piel se os cae a trozos parece que somos de la misma quinta. Vuestros cuerpos apestan tanto como el mío. ¡Qué cosas! Vosotras que tanto presumíais de querer hacer vuestra vida, de poder valeros por vosotras mismas y mirad donde estamos. Siempre con vuestro orgullo y altanería… Total, para lo que os sirvió… [Continúa en Paula (2/3)]

Comentarios

  1. ¡Menudo aperitivo de cena nos has servido Raquel! Me muero, nunca mejor dicho, por degustar el siguiente plato. Qué tremenda la señora Lidia jejeje. Me gusta lo siniestro a la par que doméstico de tus relatos.

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  2. Muchísimas gracias, Pilar. El gusto por lo doméstico me lo ha contagiado mi querida Natalia Ginzburg. El reto para mí es dotarlo de ese toque siniestro, que tan bien has detectado, en un intento por arañar la superficie de las cosas. Que conste que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia y que mi familia es encantadora ;DD En breve llegará el plato fuerte.
    Un abrazo y gracias por leerme.

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  3. Doméstico y fascinante con un hilo conductor delirante.Venga, ponga más que me he quedado con hambre.....de lectura. jajjajaja Saludos desde Santiago de Chile Raquel.

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  4. Jajaja. Pues nada, que no me entere yo que nadie se queda con hambre. En breve os sirvo una ración más... de pollo y de situaciones domésticas y delirantes. Gracias por leerme y prepara una copa de vino, de ese chileno tan rico que hay por tu tierra, para el próximo ;DD
    Abrazos desde la Gran Vía madrileña

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