Mi oficio - Natalia Ginzburg



Título original: Il mio mestiere [Incluído en el libro Las pequeñas virtudes]
Edición: Acantilado. Febrero 2002 (1ª ed. Séptima reimpresión Junio 2016).
Traducción: Celia Filipetto
Páginas: 83-103
ISBN: 978-84-95359-66-7
Precio: 14,00€
Calificación: 10/10

«Es un oficio bastante difícil, como veis, pero es el oficio más bonito del mundo». (Pág. 104)
El oficio de escribir. El oficio de ser madre. Cómo compaginar ser madre con ser escritora. Cómo ser mujer, y madre, en un mundo de hombres. Cómo creer en una misma y luchar por un sueño a pesar de tu timidez, tu inseguridad, tus silencios. De esto nos habla aquí Natalia.

Natalia desborda ternura en este ensayo al presentarnos a esa niña que pintaba florecitas infantiles en el encabezamiento de sus poemas y que escribía a mano, me la imagino concentrada con su cabecita inclinada sobre el papel, un índice de ellos. Natalia va adornando con detalles, frases que se quedan grabadas en su memoria y en la del lector y que sorprenden por su ausencia de grandilocuencia o su espíritu sentencioso. Frases como «Él dijo: ¡Ah, se va Isabel!» o «Asesino de Gilonne, ¿dónde has metido a mi hijo?». Frases que yo no subrayaría porque me pasarían absolutamente desapercibidas y que, sin embargo, impresionan a Natalia que consigue ver detrás de ellas todo un mundo cotidiano que disfraza aventuras, estados emocionales, giros inesperados. El día a día impresiona a Natalia desde su tierna infancia y ya con diez años tiene claro que no aspira a hacer descubrimientos que salven a la humanidad ni a conquistar países montada a caballo sino a escribir. Ese fue siempre su oficio incluso cuando no era conocida ni recibía una lira por ello, y como tal, todos los días escribía un poema, incluso aunque no tuviese ganas.
«Prefiero creer que nadie ha sido nunca como yo, por pequeña escritora que yo sea, aunque como escritora sea una pulga o un mosquito». (Pág. 103)
Natalia desborda también humildad cuando nos cuenta que ella donde se siente realmente a gusto es en la escritura. Se siente torpe e inferior a los demás cuando se enfrenta a temas banales como el aprendizaje de un idioma, estudiar geografía o hablar en público. Pero cuando se siente a escribir se siente tan segura que no le importa nada ni qué opinen los demás ni cómo escriben los demás. Sus hermanos se ríen de ella lo que la aisla más. Pero la escritura es su cuarto propio, su refugio, el lugar en el que su autoestima se construye y se destruye de forma alternativa, pero ella, cabezota y tenaz, no ceja en su empeño y escribe, escribe y escribe. Tras los poemas comienza con las historias, las propias, las ajenas y las que son fruto de su imaginación. Su principal obsesión: no engañar a nadie. 
«Cuando somos felices, tendemos a crear personajes muy distintos de nosotros, a verlos bajo la gélida luz de las cosas extrañas». (Pág. 99)
Natalia desborda de nuevo un gusto exquisito por el detalle. Encuentra inspiración en cada cosa que ve a su alrededor e introduce cada objeto de su entorno en sus historias, dándole una patina de hiperrealismo que caracterizará desde entonces toda su obra: un espejo con marco dorado, mantas rojas, y negras, rizos del pelo, todo sirve. Es más, aprende una lección importantísima para todo escritor:
«En este oficio no existe el ahorro. Si uno piensa "este detalle es bonito y no quiero desperdiciarlo en este cuento que estoy escribiendo, pues en él ya hay muchas cosas bonitas; lo guardaré para otro cuento futuro" entonces, ese detalle se te cristaliza y ya no lo puedes utilizar». (Pág. 92)
Y otra lección: el reconocimiento del escritor como persona. Natalia, en un primer momento, quiere escribir como un hombre. No en vano, en esa Italia de la primera mitad del s.XX eran los hombres quienes ocupaban los principales puestos en todos los ámbitos, también en los culturales. Eran quienes dictaban "qué era buena literatura y qué no", los cánones de esa época, de las anteriores, e incluso de las venideras. ¿Cómo entrar en ese mundo si no era adaptándose a sus gustos? ¿Ser cómo ellos? Pero entonces se convierte en madre y un temor superior la invade: ¿cómo ser escritora y madre a la vez? Natalia deja de escribir pues está convencida, como casi todas las mujeres de esa época, que debe dedicarse en cuerpo y alma a hacer papillas de arroz y papillas de cebada. Pero por la noche se encontraba llorando, cuando los niños dormían, silenciosa y solitaria porque echaba de menos su oficio, escribir.
«Me parecía que las mujeres sabían sobre sus hijos cosas que un hombre no puede saber jamás». (Pág. 97)
Natalia se rebela. vuelve a escribir y, entonces, se da cuenta de la transformación que ha sufrido: ya no quiere escribir como un hombre porque entiende que hay muchas cosas que sabe sobre la salsa de tomate que, aunque no las incluya en un cuento, resultan útiles para su oficio. Ésa es mi Natalia. 

Entrada creada en el marco de la iniciativa de Adopta una Autora, proyecto que tiene como objetivo, tal y como indica su nombre, adoptar una autora (que conozcas, quieras conocer y, sobre todo, desees dar a conocer) independientemente de su raza, religión, orientación sexual, época o temática. Un proyecto sumamente interesante sobre el que podéis obtener más información en su blog https://adoptaunaautorablog.wordpress.com. ¿Se animan?

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