El devorador de calabazas - Penélope Mortimer


Título original: The Pumpkin Eater
Edición: Impedimenta. Septiembre 2014 (1ª ed).
Traducción: Magdalena Palmer
Páginas: 233
ISBN: 978-84-15979-36-4
Precio: 19,95€
Calificación: 9/10
«—No sé quién soy, no sé cómo soy, ¿cómo puedo saber lo que quiero? Solo sé que sea buena o mala, sea o no una bruja, sea fuerte o débil, despreciable o una madita mártir... Sea gorda o flaca, baja u alta, porque no lo sé... quiero ser feliz». (Pág. 202)
Hablando con Alba, mi maravillosa librera de Librería de Mujeres, sobre cómo la maternidad en literatura era un tema sobre el que se había pasado de puntillas y sólo recientemente comenzaba a hablarse con honestidad de los claroscuros de la misma, se dirigió a uno de los estantes de la librería y me sacó este libro: El devorador de calabazas. Penélope Mortimer. Publicado en, ¡atención!, 1962. Sí, a principios de los años 60, cuando aún coleaba campante esa imagen de mujer perfecta, devota madre de familia, devota esposa, devota cocinera, devota ama de casa, Mortimer se atrevió a escribir esta obra de corte autobiográfico en la que narra con un humor negro casi cruel la terrible etapa por la que estaba pasando en ese momento. Un contracuento en el que la calabaza no se convierte en carroza y una mujer enfadada con el mundo busca desesperadamente una forma de liberarse. No deja títere con cabeza, rompe con todos los prototipos publicitarios y sociales de la época, necesita tan fervientemente reafirmarse como mujer, como ente autónomo de una caterva de hijos y de un matrimonio asfixiante que se vuelva en la escritura y nos cuenta esta historia donde a veces lloras, como la autora, a veces, ríes, como la autora, a veces te enfadas, como propia autora.
«Algunas de estas cosas que os he contado han pasado y otras fueron solo sueños. Aunque todas son verdaderas, según lo que entiendo yo por verdad. Todas son reales, según lo que entiendo yo por realidad». (Pág. 233)
Lo primero que ves es esa portada de un dibujo de una mujer sonrosada. Si indagas un poco descubres que pertenece a un cartel publicitario de la píldora anticonceptiva Norlutin, de autor desconocido, y realizado en 1960. Si abres el libro descubres el siguiente epígrafe procedente de una canción infantil:
«Pedro Comecalabazas
tenía una mujer
que no podía retener.
En una calabaza la metió
y allí muy bien la conservó»
La señora Armitage, así, sin nombre, pues no es más que la esposa del afamado guionista Jake Armitage, sufre un colapso nervioso durante una visita a los Harrods londinenses y tras este incidente accede, a instancias de su esposo, a asistir a terapia. El libro comienza con el diálogo de una de esas consultas en la que reconoce que su matrimonio está atravesando una crisis porque su deseo de ser madre de nuevo no es compartido por su marido. Este es su tercer matrimonio. Ha ido enlazando uno con otro, igual que ha ido encadenando el nacimiento de sus sucesivos hijos. Y es que la señora Armitage es una mujer doblemente atrapada, como muchas otras mujeres. Encadenada por un lado a esa institución matrimonial en la que ella confía para obtener soporte social y afectivo. Presa por el otro de una maternidad entendida como esa faceta que da identidad a la mujer. Cuando su deseo de ser madre de nuevo se ve frustrado y las continuas infidelidades de su marido rompen esa aparente armonía familiar, el mundo de cristal, frágil, falso e inestable, que la señora Armitage había contruido se rompe y, con él, se rompen también sus sueños, su estabilidad y, sobre todo, su identidad.
«Los hombres se burlan de nosotras. Cómo vuelan los insultos. ¿Oye lo que dicen, mientras recorremos a baquetazos el pasillo entre el útero y la tumba? «¡Deja de intentar ser un hombre! ¡Deja de ser una maldita mujer! ¡Eres demasiado fuerte! ¡Eres demasiado débil! ¡Vete! ¡Vuelve!...» (Pág. 157)
Se descubre a sí misma como una mujer desorientada, perdida y eso se refleja muchas veces en su hablar confuso, contradictorio e incongruente. Está tan acostumbrada a que otros (los hombres, la sociedad patriarcal) decidan por ella, a someterse a los mandatos sociales, a hacer lo que se espera de una mujer, que cuando comienza a ver que la única salida que hay es que empiece a tomar sus propias decisiones se siente paralizada por el miedo. La novela alcanza su punto de conflicto más álgido cuando la señora Armitage decide esterilizarse, creyendo que así podrá salvar su matrimonio, y descubre que la amante de su marido está embarazada. Penelope habla a través del personaje de la señora Armitage de cómo ella, siendo consciente de que vive en una doble prisión, no sabe cómo escapar de ella, le faltan herramientas tanto económicas como psicológicas para poder reaccionar y reconstruirse, empezar de cero. En ese odio hacia sí misma por no saber entenderse, por no poder manejar el complejo conflicto interno que sufre, llega a decir que no quiere a sus hijos. Esa maternidad desdibujada se manifiesta en dos hechos curiosos: el primero que a lo largo de la novela no llegamos a saber exactamente cuántos hijos tiene; el segundo, que tampoco llegamos a saber el nombre de ninguno de ellos salvo el de Dinah, una joven de ya diecisiete años, fruto de un matrimonio anterior, que se muestra muy inquieta intelectualmente y se erige en la sustituta de la madre durante los períodos de ausencia tanto físicos como mentales de ésta. La propia protagonista confunde ya tanto sus roles, ha perdido tanto su sentido de identidad que pierde incluso la capacidad de reconocer a aquellos que hasta ese momento han dado peso a su nombre y a su existencia.
«Supón que te dijera que no los quiero, que me importa un carajo. Podría ser cierto, ¿sabes? Pero durante años has confiado en que yo los criaría y les daría cariño y les cortaría las uñas y les enseñaría a decir la verdad, como si eso importara. Has sido libre. ¿Y si yo quiero ser libre?». (Pág. 201)
Los paralelismos de la señora Armitage con la Penelope Mortimer real son más que evidente: fue madre de seis hijos, dos de los cuales nacieron del matrimonio con el exitoso pero adúltero guionista y escritor John Mortimer. Accedió a abortar a instancias de éste y se sometió a una ligadura de trompas mientras la amante de su esposo, la actriz Wendy Craig, quedaba embarazada de él. Pero si por si todo esto fuera poco, la propia autora confesó que de pequeña sufrió abusos por parte de su padre, un hombre del que habla en dos ocasiones en la novela: la primera, para presentárnoslo como una persona que la infravaloraba con sorna hasta el desprecio y la segunda, para asistir con ella al momento exacto en el que exhaló el último suspiro.
«¿De qué, me pregunté, tenía miedo? Treinta y un años, fuerte y sana, casada por cuarta vez (¿por qué cuatro?), con un marido que me amaba, escoltada por una legión de niños (¿por qué tantos?)... ¿De qué tenía miedo?» (Pág. 45)
La señora Armitage lucha por conservar la cordura. Por mantenerse como una equilibrista en pie sobre el hilo de la ingenuidad y de la entrega en el amor sobre el que ha construido su personalidad y su forma de ver y vivir la vida. Porque la señora Armitage, lejos de ser una mujer recluida en su casa, es un mujer que vive, que ama, que se arriesga siguiendo sus instintos. Cree en la bondad de las personas porque lo necesita para sobrevivir y sentirse segura. Se adapta a los cambios que hay en su vida. Si tiene que vivir en la más absoluta de la pobreza en un granero, lo hace. Si tiene que vivir, cuando la situación económica de su marido mejora, en una casa lujosa con asistentas y niñeras, lo hace también. Es cuando esa campana de cristal, que diría Sylvia Plath, se rompe cuando la señora Armitage huye y se refugia en una alta torre que estaba construyendo su marido para convertirla en la casa de verano de la familia. La imagen de ella, recluida en esa torre, viendo la niebla y la llovizna, es un reflejo perfecto de su estado de ánimo aislado, deprimido y agotado. Ahí descubre que nunca huirá abandonando cuanto tiene porque le faltan fuerzas, le falta el ánimo, «un plan» para hacerlo.
«(...) un hombre tiene que divertirse un poco, tener una buena historia que contar a los muchachos, lo que los ojos de la esposa no ven, el corazón no lo siente, ni tampoco es que haya nada malo en ello, ya me comprendéis». (Pág. 100)
Los hombres de la novela, en concreto su marido, son todo lo opuesto a ella, por supuesto. No se ocupan de los críos más que lo mínimo. Las mujeres, la sociedad, se contentan con que de vez en cuando cuenten a los niños un cuento antes de dormir, traigan comida a casa y jueguen un poco con ellos. No se les exige más. Ellos trabajan, viajan, echan canitas al aire, ascienden profesionalmente, consiguen éxito y reconocimiento, salen y entran sin dar explicaciones, pueden volar cuando quieran. El propio señor Jake Armitage lo hace y no sólo eso, miente a su mujer, la manipula para que acceda a sus deseos (el aborto, la esterilización posterior, son realizados a instancia suya, usando el chantaje emocional, tendré que trabajar más, irme a Estados Unidos, pasaremos menos tiempo juntos por culpa del niño, etcétera, aunque él insiste en que la última palabra la tiene ella...), la llama trastornada, loca y deprimente, se victimiza delante de ella continuamente.
«Luché, supongo, como una mujer, con gritos de distracción, falsos movimientos, golpes bajos. Fui incapaz de rendirme e incapaz de escapar. Pero no era rival para Jake. Él siguió amándome incluso después de verme derrotada en el suelo con la herida abierta, vacía de recuerdos y de esperanza». (Pág. 146)
A lo largo de la narración vamos viendo cómo su estado de ánimo destrozado, devastado, se va resintiendo cada vez más. Va perdiendo el idealismo que le caracteriza y que ella empieza a denominar como «estupidez». Pierde la inocencia, cae de bruces sobre una realidad en la que la confianza y el autoengaño no tienen cabida. La han encerrado en una calabaza. Ella quiere salir. La mantienen ahí. ¿Lo logrará? En conclusión, un grito desesperado de socorro de una mujer, de todas las mujeres, de todas nosotras por conseguir una identidad propia más allá de ser madre, de ser hija, de ser esposa. Una novela imprescindible para poder reflexionar: ¿Cuánto ha cambiado la situación desde que Penelope Mortimer lanzó su botella al mar en forma de libro allá por 1962? ¿Cuántos estereotipos siguen persistiendo? ¿Qué podemos hacer? Ahí lo dejo.

Comentarios

  1. Un libro que no conocía, pero que ahora mismo voy a por el, la vida de estas mujeres debió ser horrible

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    Respuestas
    1. ¡Hola, Charo!

      Pues lo más fascinante de mujeres como Mortimer es que siendo su vida dura no se conformó, tiró para delante y logró escribir estas auténticas joyas en las que encontró ese pequeño refugio ante la locura. Espero que te guste su lectura muchísimo. Merece la pena.

      Un abrazo y gracias por pasarte por mi rincón.

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