Hermano de hielo - Alicia Kopf



Edición: Alpha Decay. Octubre 2016.
Páginas: 251
ISBN: 978-84-945113-3-2
Precio: 18,90€
Calificación: 6/10

Lo que más me ha gustado: La primera parte, en la que aborda el autismo de su hermano a través de los icebergs y los bloques de hielo, comparando el cuidado de una persona dependiente con las travesías y las aventuras de la conquista de los Polos. 

Lo que menos me ha gustado: A medida que va avanzando esta obra las imágenes van perdiendo fuerza y la voz narrativa se desentiende de esos temas iniciales (autismo y dependencia) para centrarse en la protagonista: una chica treinteañera que se siente desamparada por su familia al mismo tiempo que lucha por abrirse un hueco en el mundo del arte.
«Pensaba que justo cuando las cosas incomodan o no se pueden mostrar es cuando se está mostrando algo interesante. Ése es el punto de no retorno, el punto al que hay que llegar, el punto al que se llega si uno cruza la frontera de lo ya dicho, de lo ya visto. Hace frío allí». (Pág. 30)
Cuando abres el libro y comienzas a leerlo percibes que te encuentras ante uno de esos libros difíciles de clasificar. Alicia Kopf, nombre artístico de Imma Ávalos, comienza hablándote de un tema tan desconocido como apasionante: la conquista de los círculos polares y, como si estuvieses leyendo un apasionado artículo del National Geographic, subes a bordo de barcos y trineos buscando el Polo Norte y el Polo Sur, involucrándote en las mentiras de Cook para convencer de que él fue el primero en llegar al Polo Norte, en la perfecta puesta en escena de Peary a quien durante años se le atribuyó ese mérito, el pragmatismo de Amundsen y su conquista del Polo Sur, la desesperación de Scott al llegar a ese mismo punto y descubrir que no era el primero... Historias de hombres valientes, arriesgados e intrépidos a los que Alicia compara con su madre, una mujer tan dedicada a su hijo autista que no tenía tiempo ni fuerzas para su hija.
«Mi hermano es un hombre atrapado en el hielo. Nos ve a través de él». (Pág. 37)
El punto de partida no sólo es excepcional sino prometedor. Te imaginas una obra magistral con icebergs punzantes, cascadas, desiertos de hielo, nieve golpeando tu rostro, pasos desesperados bajo la oscuridad boreal pero entonces, sin entender muy bien por qué, te encuentras de repente en una fiesta rave, bailando a Daft Punk. Las referencias interesantes a los libros que la autora leía (Woolf, McCullers, Zweig, Duras...) explotan y te sitúan bajo unos altavoces donde suenan Beyoncé y Björk. ¿Arriesgado no? Podría decir a su favor que ambos conceptos (literatura culta y música actual) no resultan contradictorios y que podrían ser un buen reflejo de muchos de nosotros y el motivo por el que esta obra ganó el Premio Documenta 2015,  arrasando entre la crítica, pero mezclado todo en una novela del tirón me hacen perder el norte, nunca mejor dicho. Leyendo algunos párrafos me sentía como un Shackleton desorientado, una brújula enloquecida superada por las fuerzas magnéticas. La apuesta es arriesgada, hay que reconocerle el mérito.
«Yo quiero estar ahí, mirando hacia afuera, en vez de aquí, mirando hacia dentro». (Pág. 81)
Alguien podrá decir que el riesgo de la novela de autoficción -¿o quizás se pueda calificar algunos fragmentos de este libro de Diario?- es que la voz narrativa se coloca tan cerca del protagonista que el lector, ante una ausencia de distancia y de perspectiva, confunde ambas y si no empatiza con una no va a empatizar con la otra. Al fin y al cabo todos podemos poner ejemplos de libros en los que el protagonista no gozaba de nuestra simpatía y que, sin embargo, nos atraparon por una voz, una ambientación o una trama claramente diferenciada de los personajes (así a bote pronto, se me ocurre uno de los libros que he leído recientemente, La librería, de Penelope Fitzgerald). Yo no tengo un hermano autista pero aún así me sentí conmovida por esa historia de los Polos, por esos exploradores arrogantes y constantes. Yo no soy artista ni tengo intención de abrirme un hueco en ese mundo pero la autora podría haberme atrapado, embarcado en su proyecto, colocado en la Feria Arco y empujado a empatizar con ella. No lo consiguió. También podría haberme sumergido en su mundo de citas a ciegas a través de redes sociales, relaciones fugaces con estelas de cometas o de cerillas lanzadas al aire, iniciales de nombres que van pasando por nuestra vida en la búsqueda de una pareja que se adecúe a nuestras expectativas. Tampoco lo consiguió. Me dejó fría.
«Cómo hacer visible lo invisible es una pregunta poco frecuente para un explorador y muy frecuente para un artista». (Pág. 133)
No obstante, tiene algunos momentos que salvan esa parte autobiográfica de la obra. El primero, una cierta denuncia social no sólo del elitista mundo artístico de nuestro país sino de nuestra situación política, social y económica en general. Por ejemplo:
«Mueren dos personas, una madre de ochenta y dos años y su hija discapacitada de cuarenta. A la muerte de la madre, por causas naturales, sigue la muerte de la hija discapacitada, por inanición. ¿Vivían solas, aisladas, en el Polo Norte? No, vivían en mi país». (Pág. 79)
El segundo, una profunda reflexión sobre la familia en la que Alicia bucea sobre la normalización de las «costumbres familiares» que, sin embargo, pueden esconder injusticias, desamparo y violencia que, ante la falta de referentes externos y de apoyo de la propia familia que prefiere mirar para el otro lado o apoyar al más fuerte, generan una indefensión que queda grabada a fuego para toda la vida; como Alicia dice, no hay auditorías externas en las familias pues «la ley de cada familia se hace en el seno de cada familia sin que haya prácticamente juicios externos» (Pág. 211).
 «El hielo efectivamente anestesia la zona de modo que el paciente no nota el dolor, pero tampoco siente si se le está congelando el área de piel afectada. La insensibilidad puede dañar la piel sana alrededor de la herida». (Pág. 159)
La novela muestra una estructura circular al terminar, igual que empezó, con una travesía hacia el hielo, esta vez protagonizada por la propia Alicia, en un viaje ¿iniciático? a Islandia.  

En conclusión, una apuesta arriesgada con momentos brillantes y otros que se deshacen como un cubito de hielo sobre el asfalto en agosto. Me esperaba muchísimo más de ella, la verdad.

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