A la intemperie - Rosamond Lehmann


Título original: The Weather in the Streets (1936)
Edición: Errata Naturae (1ª edición, 2017)
Traducción: Regina López Muñoz
Páginas: 502
ISBN: 978-84-16544-30-1
Precio: 21,50€
Calificación: 8/10.

« (...) la tristeza del trasiego, que no es otro que el del tiempo, el tiempo quejumbroso que discurre por todas las calles sin detenerse jamás; por esas vidas que van y vienen, por los pasos y las voces con propósitos fútiles y agitación melancólica que desaguan mi vida por la venta con su estela reverberante, dejándome seca, desamparada, estéril, prisionera de la irrisoria respetabilidad de la habitación, de la estufa de gas, del cigarrillo, del esperado toque del timbre». (Pág. 104)
Lo que más me ha gustado: Dicen que es en los diálogos donde se puede observar si una voz narrativa funciona o no, ya que es difícil lograr que éstos brillen por su originalidad pero sin resultar artificiales. Rosamond Lehmann supera esta prueba con creces pues si algo caracteriza a esta obra es la profusión de diálogos llenos de observaciones inteligentes, bellos en sus formas pero sin resultar afectados. Es una delicia ir pasando las páginas de este libro y comprobar cómo Rosamond nos introduce en su historia como si nos invitase a pasar al escenario en el que transcurre y ser un personaje más. Una #joyita.

Lo que menos me ha gustado: La facilidad con la que la autora pasa del narrador omnisciente a la primera persona puede resultar desconcertante en un primer momento. A medida que se va avanzando en la narración esos cambios se asumen con total naturalidad resultando ser una muestra más de la genialidad narrativa de Rosamond. 
«Las tres empezaron a manejar una apacible lanzadera por la superficie de la mesa, renovando, reforzando, remendando los desgarrones y las partes raídas con un hilo antiguo y aún útil. Volvían a ser una piña, eran una familia. Persistía aún aquello que antaño las había vinculado por azar, irrevocablemente, muy por debajo de la conciencia, más allá de las divergencias presentes; las unía en una misteriosa realidad al margen de la razón. Como era en un principio...» (Pág. 81)
Rosamond Lehmann.
Hay regresos a casa que implican tomar posesión del tiempo. Con ellos nos damos cuenta de que nuestros padres han envejecido, y nosotros también. Ya nos somos las mismas personas que corrían inseguras por esos pasillos avejentados, que recubrían nuestra habitación de juguetes de infancia y recuerdos de adolescencia, que miraban a los padres con una mezcla de admiración y temor sintiendo que ellos eran responsables de nosotros. Las tornas se han cambiado y ahora somos nosotros quienes debemos velar por ellos, resolver sus problemas en las últimas etapas de su vida, adultos cuidando de ancianos-niños. Así se siente Olivia, la protagonista de esta novela, cuando tras recibir la llamada de su madre coge el tren para visitar a su padre enfermo. La sensación de regreso al hogar es muy diferente a la relatada, por ejemplo, en la deliciosa Cuatro Hermanas, de Jetta Carleton, donde las mujeres al llegar a casa de sus padres cada verano siguen comportándose como unas niñas traviesas e inquietas. Aquí el clima es distinto, la enfermedad lo invade todo y con ella la sensación del tiempo pasado, con un matrimonio frustrado que pesa sobre los hombros y la negativa a cumplir con lo que se espera de una mujer de esa época: casarse y tener hijos. Olivia quiere seguir siendo libre aunque eso suponga vivir con estrechez y tener que trabajar.
«En ese momento se iniciaron los tiempos en los que no existía el tiempo. (...) El tiempo giraba sobre sí mismo como un remolino y, paradójicamente, proyectaba a cámara lenta una señal, una escena, repentina, estremecedora, que en el corazón persistía como un golpe. Una mirada llameaba, cargada de significado urgente, y se imprimía para siempre, para siempre, para siempre...» (Pág. 189)
Hay encuentros fortuitos que lo cambian todo, como el que Olivia tiene, en ese trayecto a casa de sus padres, con el gran amor de su adolescencia: Rollo, hermano de quien entonces era su gran amiga, hoy una mujer superficial y alcohólica, Marigold. Ese cruce de palabras que comienza por pura formalidad se convierte en una atracción inmediata. Ambos se recuerdan a sí mismos de jóvenes, y cuando se vieron por última vez, hace ya unos años atrás. Lo que parecía que se limitaría a un mero intercambio de saludos se convierte, con el paso de los días, en una aventura que poco a poco se va consolidando. El tiempo se desvanece como un relámpago, como un rostro en un tren en marcha que nunca volverá a ver y retumba como un trueno, como una voz que habla sin cesar, sin cesar, produciendo un eco perpetuo... Todo iría perfecto para que Olivia se plantease casarse de nuevo y «sentar la cabeza» si no fuera por un pequeño inconveniente: Rollo está casado y la posibilidad de divorciarse no está ni por asomo en alguna de las cartas que pueda jugar el destino.
«—¿Y tú cómo vas a saber lo que has hecho? Eso forma parte de la mente del espectador. Nosotros ignoramos la imagen que damos. No somos nosotros, sin más: somos un minúsculo núcleo de identidad, y lo demás es una masa compleja de sumas desconocidas que cambia según quién nos esté observando.» (Pág. 25)
Un minúsculo núcleo de identidad... A veces no nos ven. A veces somos nosotros los que no vemos. Rosamond Lehmann (Reino Unido, 1901-1990) despliega en esta obra publicada en 1936 una poderosa voz narrativa para narrar una historia sobre el paso del tiempo, la amistad, los amores clandestinos, la presión a la que estaba sometida la mujer en su época, la doble moral y el aborto. Si en la desgarradora Nada crece bajo la luz de la luna, Torborg Nedreass, plantea también una fuerte crítica social y habla del aborto y de las relaciones extramatrimoniales con un toque de furia, rabia e impotencia recubierto de una belleza desbordante, Rosamond trata también de estos temas pero desde la clase social media y con un toque de humor muy característico que no esconde, sin embargo, el dolor que este tipo de situaciones entrañan. El desgarro se disfraza de cinismo; la impotencia de pragmatismo; la crítica de indiferencia y frivolidad.
«Eso sí, tú arrellánate en tu carísimo coche, bajo esta suntuosa manta que hace cosquillas, e ignóralo todo; mejor dedica tus pensamientos a las cosas realmente importantes, a cazar faisanes...
Olivia estaba desconcertada. Se quedó mirando los chalets, que le devolvían una mirada desvergonzada y soberbia.
—Me encantaría volarlo todo por los aires
» (Pág. 36)
Rosamond, su hermano John y Lytton Strachey
Qué bien se está envuelto en una manta de pelo, a salvo en tu casa, viviendo de unas rentas envidiables, con un coche que te recoge en la puerta y te lleva a un gran restaurante, sin tener que asumir la responsabilidad de ningún niño que nazca clandestinamente. Olivia critica, a la vez que envidia, la zona de confort de Rollo, tan distinta de la suya, con tés recalentados. Aun así no puede quejarse. Podría ser peor. A diferencia de la protagonista de Torborg Nedreass, Olivia sí está rodeada de amigos y aunque pocos de ellos son conocedores de lo que sucede en el rincón íntimo de su vida y de su cuerpo el soporte que han tejido alrededor de ella conforma una red sobre la que puede sentirse segura. Amigos como Anna, la fotógrafa-pintora para la que Olivia trabaja esporádicamente, su independiente prima Etsy, el bohemio Simon, otro pintor, o la noble Jocelyn, una mujer que cree en sí misma, en su trabajo y en un futuro en el que desempeña un papel. Todos la envuelven con cariño, comprensión y ausencia de enjuiciamiento moral, viviendo en un ambiente liberal de sororidad y apoyo mutuo que recuerda al famoso grupo Bloomsbury (con Virginia Woolf y Vanessa Bell a la cabeza) del que Rosamond fue asidua en su vida real y que la cubrieron cuando se divorció en 1928 de su primer marido y en 1939 del segundo; quienes la apoyaron durante su notoria aventura con Cecil Day-Lewis (padre del actor Daniel Day-Lewis), entonces casado aun con su primera mujer y tras el abandono de éste en 1950, pero que no pudieron sacarla del ostracismo espiritual en el que se encerró tras la muerte prematura de su hija Sally en 1958.
«—Nosotras, las mujeres sexualmente insatisfechas, tenemos antojos que a vosotras, las apacibles madres y esposas, ni se os pasan por la cabeza —señaló Olivia, exhalando anillos de humo.
—Y viceversa —replicó Kate, sarcástica. Pasaba las crujientes tijeras de un extremo a otro de la tela.
» (Pág. 51)
La obra está repleta de escenas como esta que reflejan la perspicacia con la que Rosamond observaba la realidad, con diálogos brillantes que desnudan a los personajes y con silencios rígidos preñados de gritos. Los cambios de tono de los personajes según estén alegres, tristes, reflexivos o enfadados son brillantes, como si Rosamond, sentada en un rincón de la casa estuviese tomando nota cual taquígrafa de cuanto sucede a su alrededor. La forma en la que la relación clandestina con Rollo va pasando por diversas etapas queda reflejada no solo en los espléndidos diálogos sino también en el entorno que les rodea. Así, al principio, cuando todo es amor, esperanza, ilusión y tolerancia, les envuelve la una burbuja de belleza que afea cuanto les rodea (hombres con dentaduras postizas, mujeres con horrendos bolsos negros, salones decorados de forma grotesca y recargada). La forma en la que el tema del aborto es tratado va variando cada día según la situación en la que Olivia se encuentra (ese diálogo con su hermana Kate, su polo opuesto, la responsable de la familia, en el jardín de sus padres, con los sobrinos correteando y peleando, es de una sensibilidad asombrosa). 
«Al cabo de un rato, cuando estimé que ya estaría esperándome con el coche, bajé por las escaleras con la vista al frente y deseando ser invisible... Se ha convertido en una costumbre tan arraigada que no creo que consiga quitármela jamás. Terrible para mi aplomo...» (Pág. 226)
Mujeres invisibles, bien porque se esconden o bien porque son escondidas. A veces con lujosos anillos en los dedos que simbolizan el poder adquisitivo de su amante: para ellas un recuerdo de su amor imposible; para ellos una muestra del valor de ellos mismos, de su masculinidad y del trato exquisito que dan a los objetos decorativos de los que se rodean.  Un libro maravilloso, lleno de calidad literaria en cada página, con una gran construcción de la trama y de los personajes, que analiza las relaciones humanas en sus distintas variantes de forma aguda y perspicaz. Eso sí, la crítica y la conciencia social también están presentes en las diferencias de clases, de educación y de expectativas de hombres y mujeres. Una auténtica delicia leer a Rosamond Lehmann que nos cubre incluso cuando nos sentimos durante su lectura, como Olivia, a la intemperie. 

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