Hambre - Roxana Gay

«Escribir este libro es lo más difícil que he hecho nunca. Mostrarme tan vulnerable no ha sido fácil. Enfrentarme a mí misma y a lo que ha supuesto vivir en mi cuerpo no ha sido fácil, pero he escrito este libro porque sentía que era necesario.» (Pág. 274)
Lo que más me ha gustado: Capítulos cortos. Ideas que se presentan de forma concisa y que luego se desarrollan minuciosamente yendo a los puntos clave, excavando en emociones a veces con cuidado y tacto, a veces de forma brutal, con mucha autocrítica y también con precisión. Esa disección de porqués, cómos y cuándos representa un exhaustivo ejercicio de escritura terapéutica en la que Roxane Gay se sumerge con honestidad, huyendo de los blancos y negros y navegando entre grises. Un canto a la vida aunque a veces tenga un lado tremendamente oscuro (al fin y al cabo, la vida a ratos también es oscura, nos guste o no).

Lo que menos me ha gustado: Más que una crítica es un aviso. Cuando lleguen al capítulo 11, en el que narra la violación (no, no hay ningún spoiler, ella misma nos avisa al comienzo del libro), preparen su estado de ánimo para leerlo. Es duro. Nos lleva al límite. Nos cuenta algo tal y como pasó de una manera no morbosa, sin entrar en detalles, pero no los necesitamos. El dolor que transmite cada una de sus frases es notable e imaginar a Roxane Gay escribiéndolo nos inunda de silencios llenos de gritos y de palabras plagadas de angustia.
«Lo que tenéis que saber es que mi vida está partida en dos, escindida sin demasiado cuidado. Hay un antes y un después. Antes de ganar peso. Después de ganar peso. Antes de que me violaran. Después de que me violaran.» (Pág. 23)
La historia de Roxane Gay (EEUU, 1974), feminista, profesora, editora y comentarista conocida especialmente por su «Mala Feminista» [Capitán Swing, 2014], es la historia de una de esas mujeres de las que no se habla, que no aparecen en los anuncios, ni apenas en ningún libro, ni en las películas, ni en los mass media, más allá de los estereotipos de mujeres grandes buenazas que apenas hablan más que para consolar a otras personas, sin vida propia. Mujeres que como ya señaló Virginie Despentes, escriben «desde la fealdad» y que son «más bien King Kong que Kate Moss». Mujeres que no encajan en los estrictos y reduccionistas cánones de feminidad, que cada vez que salen a la calle se enfrentan a miradas llenas de juicios rápidos que ignoran su historia o qué hay más allá de ese cuerpo. Mujeres que son sólo un cuerpo, uno rotundo, que no tienen la cintura fina de avispa, los muslos delgados, los brazos tonificados, los pechos firmes y puntiagudos, ni el vientre plano.
«Esto es lo que se enseña a la mayoría de las niñas: que tenemos que ser bellas y pequeñas. Que no debemos ocupar espacio. Que debemos ser vistas pero no escuchadas, y que si somos vistas, debemos agradar a los hombres y resultar aceptables de cara a la sociedad». (Pág. 21)
Roxane Gay fue una niña feliz, nacida y educada en un hogar privilegiado, en absoluto desestructurado, con un buen colchón económico, rico también en cariño y afecto. Con ella visualizamos su álbum de la infancia en brazos de una madre sonriente que se esforzaba por que sus hijos tuviesen una relación sana con la comida y con cuanto les rodeaba, de un padre que siempre ejerció como tal, de unos hermanos ruidosos que la chinchaban y la hacían reír. Escenas de una infancia que ella nos muestra con una enorme nostalgia, la «alegría al desnudo» de una persona que ya no se reconoce en esas fotos y que nos muestra quién, con toda certeza, fue, y quién, con todas las dudas, no sabe si volverá a ser. 
«Con frecuencia comento a mis alumnos que, de alguna manera u otra, la ficción tiene que ver con el deseo. Cuanto más mayor me hago, mas comprendo qu el vida por lo general consiste en perseguir deseos. Queremos y queremos..., ¡ay, cómo queremos! Estamos hambrientos». (Pág. 222)
Roxane Gay fue una adolescente de doce años que se enamoró del chico equivocado, un muchacho de buena familia, educado, con un gran futuro por delante, mono y prepotente, seguro de sí mismo, que se aprovechó de una chica buena que le admiraba profundamente porque no se creía la «suerte» de que alguien como él se fijase en una chica con granos y desgarbada (que es como nos hemos visto a nosotros mismos la inmensa mayoría de adolescentes) como ella. Y ahí surge la tragedia. Y ahí aparece ese inmenso capítulo 11 donde Roxane nos habla sin autocompasión, con gran crudeza y realismo, de su antes y su después.
«Mi cuerpo no era nada. MI cuerpo era una cosa para ser usada. Mi cuerpo era repugnante y, por tanto, merecía ser tratado como tal». (Pág. 219)
Y a partir de ese momento Roxane comenzó a comer, y comía, y comía, y comía. Y a medida que iba leyendo el libro, aunque ella misma confiesa que desconfía del contacto físico a raíz de lo que le sucedió, mis ganas de abrazarla aumentaban, aumentaban, aumentaban. Roxane Gay se convirtió en ese momento en un cuerpo, se fundió en él, y comenzó a castigarlo por lo que había sucedido comiendo, quiso hacer de él una fortaleza y convertirlo en un lugar seguro comiendo, intentó pasar desapercibida y hacerse menos deseable, comiendo, y, paradójicamente, cada vez se la veía más, más grande, más rotunda, más corpulenta, más rechoncha, pero ya no levantaba miradas de pasión o deseo sino comentarios, insultos, desprecios. Le tocó aprender a sobrevivir en una sociedad que identifica autoestima y felicidad con estar delgado y que desprecia a las personas obesas, a las que culpan del gasto médico, de la falta de disciplina, de abandono y autodestrucción. Dietas, ejercicio, ingreso en clínicas de adelgazamiento, no hay fórmula milagrosa, médica o espiritual para adelgazar que ella no haya probado pero la frustración sigue estando ahí porque lo básico, ese sentimiento de que una vez fue solo un cuerpo, nunca la abandona. 
«No quiero compasión, ni reconocimiento ni consejos. No soy valiente ni heroica. No soy fuerte. No soy especial. Soy una mujer que ha experimentado algo que innumerables mujeres han experimentado. Soy una víctima que sobrevivió. Podría haber sido peor, muchísimo peor». (Pág. 43)
Una autobiografía de un cuerpo que incomoda, «también a mi me incomoda la verdad», señala Roxane en un momento del libro, narrada por una voz lúcida y certera que huye del tono autocompasivo y victimista pero que desborda empatía, tolerancia, respeto y humanidad y, poquito a poquito, lucha, mejora, amor por la vida. Una voz que normalmente es silenciada: la de muchas mujeres que callan por miedo a no ser creídas, a ser juzgadas, a pasar de ser víctimas a ser culpables de cuanto les pasó. Una vez que nos obliga a cuestionarnos qué hay detrás de esos cuerpos con los que nos cruzamos por la calle, hojeando una revista, en una consulta de un médico, en un aula, en un espacio de trabajo, en un restaurante. Una voz que reivindica huir de la superficialidad reduccionista de qué es ser mujer, ser femenina, y lucha por abrir ese abanico que tantas veces se cierra para poder dar cabida a todo tipo de mujeres, cada una con su cuerpo, cada una con su historia. Aunque ella no quiera verse así yo, después de escucharla, sí la considero una mujer valiente, hambrienta por vivir, hambrienta por encontrarse consigo misma. 
«Mi grasa corporal capacita a las personas para suprimir mi género. Soy una mujer, pero no me ven como tal. (...) Las ideas sobre feminidad son muy reducidas.» (Pág. 233)

Título original: Hunger: A Memoir of (My) Body (2017)
Edición: Capitán Swing (1ª edición, 2018)
Traducción: Lucía Barahona
Páginas: 288
ISBN: 978-84-947408-8-6
Precio: 20,00€
Calificación: 9/10.

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